Pablo Picasso. Las mujeres de Argel, según Delacroix, 0. 1955. Óleo sobre lienzo. 114 x 146 cm. Collection Mrs. Victor W. Ganz (Nueva York, EEUU).
En 1955, Picasso realiza quince pinturas y múltiples bocetos preparatorios basados en la obra de Delacroix Las Mujeres de Argel (en su apartamento), de 1834. En realidad, su influencia sobre Picasso se puede observar en más de una obra, como en su Autorretrato[1], interpretación de Autorretrato con chaleco verde, de Delacroix.
A lo largo sus estudios preparatorios, Picasso cambió el número de personajes, sus posiciones, volteando sobre su espalda y desnudando a la mujer sentada en segundo plano. En estos bocetos, a veces las formas son redondeadas y arabescas, a veces las formas de los cuerpos son rígidas y angulares. Las dos últimas versiones del cuadro son completamente distintas: una es monócroma y con una interpretación geométrica (versión H, Febrero de 1955, colección particular), y en la otra desborda su colorido (img.2, versión O, Febrero de 1955, colección particular). Este último lienzo, con su armonía de colores primarios, de rojos, amarillos y azules brillantes, es un recuerdo de Oriente, pero ante todo es un homenaje a Matisse, muerto recientemente.
Mientras trabajaba en este cuadro, Picasso explicaba a Delacroix en una conversación imaginaria, transcrita por H. Kahnweiler: “Usted tomaba a Rubens y el resultado era un Delacroix. De la misma manera, yo pienso en usted y hago algo completamente distinto”.
Para el impresionismo, Delacroix es un inspirador y sin duda un precursor. Cézanne es uno de los mayores admiradores de su obra, y, a propósito de Las mujeres de Argel, escribió: “Todos nosotros estamos en este cuadro de Delacroix. Cuando les hablo de la alegría de los colores por los colores, me estoy refiriendo precisamente… a estas rosas pálidas, a estas bellezas lejanas, a esa babucha, a toda esta limpidez. […] Es la primera vez, desde los grandes maestros, que alguien logra estos volúmenes. En la obra de Delacroix, hay algo que no se puede describir, una fiebre que no encontramos en los antiguos.
[…]
Sigue siendo la mejor paleta francesa y en este mundo nadie ha sabido conjugar como él el patetismo y la calma, la vibración del color. Todos pintamos pensando en él”.
Introducimos este aguafuerte en vez de uno de los cuadros finales porque todas estas últimas versiones se encuentran en colecciones particulares y, o bien carecen de número de inventario, o no hemos sido capaces de encontrarlo. Sin embargo, los múltiples estudios y bocetos que Picasso hacía de sus obras tienen un valor artístico muy similar al de los lienzos definitivos. Por eso, esta pieza tiene un gran peso didáctico en nuestra galería.
[1] PICASSO, P. Autorretrato. 1896. Óleo sobre lienzo. 32,7 x
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